NORDÉS |Mondoñedo
- Sábado 03 de diciembre de 2011
C uando en el año 1945 Álvaro Cunqueiro inició su destierro en la ciudad episcopal que lo vio nacer, se encontró «con la melancolía y el silencio». Los dos habitaban la niebla que bajaba por A Corda y toda la ciudad era un destierro en sí misma poblada por las sombras tibias de todos los inviernos. Mondoñedo fértil en historias, rica «en panes y latines», comenzaba a declinar, a encorvarse. La catedral se levantaba sobre un lago, seo lacustre que levitaba en la hondonada, y así fue sesteando Mondoñedo hasta ubicarse en un lugar de la memoria callado y fantasmal.
Ha pasado más de medio siglo desde aquellos días de orfandades, y por el valle corren los vientos de este otoño que traen ayes de paro y cierres empresariales.
La primera industria de la vieja ciudad, que daba trabajo directo a más de sesenta personas, ha decretado su cierre inevitable, y en la vecina Lourenzá otra moderna compañía, pionera en la fabricación de muebles, joya económica del valle, que llegó a tener en el pasado reciente más de doscientos trabajadores solicitó un expediente de regulación que no trae presagios nada buenos.
La madera que sostenía el entramado empresarial de ambas compañías, tesoro de los bosques de las tierras de Miranda, las grandes carballeiras que trabajaba el viento, ha sido condenada a muerte por la sentencia implacable de una crisis económica que ha venido para quedarse.
Mondoñedo inicia como antaño su lento peregrinar a la tierra del silencio. Y seguirá siendo límpido el aire que hace remolinos por la tarde cuando se irisa la cantería de las nobles casas que trazan líneas al paisaje. Y el agua seguirá cantando y proclamando primaveras en la fuente vieja que allí llaman de don Álvaro.
Y el viajero se detendrá ante la catedral de la Asunción y escuchará el tañido de la Paula, el mismo que sonó para Ashaverus, el judío errante y sin acougo que hizo estación en Mondoñedo buscando cobijo temporal junto al señor Merlín para escribir entre los dos el Ciprianillo, dando cuenta de los tesoros escondidos por los moros en aquellas tierras.
Seguirá con su calma quieta la imponente casona del viejo seminario y se oirán kiries que quedaron encerrados en sus aulas y cuando llegue abril y cante el cuco en la selva de Esmelle, un coro cantará el Plorans de Pacheco anunciando la muerte de Jesús clavado en la cruz de la infamia.
Y Mondoñedo buscará su perfil de futuros de ciudad marina que se quedó sin mar, puerto seco adonde no llega barco alguno. Maldita crisis. Salvemos Mondoñedo.
Queda escrito el S.O.S.
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